¿ES LA SABIDURÍA, LO QUE PEDIMOS?
La sabiduría de Dios se expresa en su Palabra, que es viva y eficaz (2ª. lectura). Cristo es la Palabra viva del Padre, penetra hasta lo más profundo del ser. Él ve lo que hay en los corazones humanos, escruta y conoce sus sentimientos y pensamientos, todo está patente a sus ojos. La sabiduría es el tesoro más grande que todos debemos pedir, buscar, pelear y defenderlo. Vale más que todo dice la primera lectura. Se refiere a la sabiduría que viene de Dios, conocemos personas seguramente que son sabias, te dicen algo y te dan la respuesta de lo que andas buscando desesperadamente o te conceden tener paz por sus intervenciones.
No se refiere a dinero, oro, estudios de los más altos o títulos, puede tenerla cualquier persona, pobre, rico, estudiada o no, todo aquel que busca la sencillez y se reconoce pobre ante Dios, el que es capaz de reconocer sus faltas, errores, aquel que sabe escuchar y devolver. El que te da la oportunidad de esperar y esperar, es el don que debemos buscar que nos ayudará a discernir lo que es bueno y perfecto en nuestras vidas.
Hoy la segunda lectura nos recuerda algo muy importante de la Palabra, es como una espada de dos filos que llega hasta lo más profundo del corazón humano; descubre nuestros sentimientos, nuestras debilidades, y por impulso de la misma podemos confiarnos a nuestro Dios. Pues esa palabra no es ideología, ni algo vacío. En este caso, debemos decir que nuestro texto tiene mucho que ver con el pasaje de la Sabiduría (Sab 7,22-8,1). La Palabra de Dios, pues, es para el cristiano la fuente de la sabiduría.
No es de extrañar la reacción de los apóstoles. También nosotros hoy pensamos que, sin dinero o seguridades, no podemos hacer demasiado. Pero Jesús estaba interesado en enseñar que la salvación, la felicidad, el futuro del hombre, no está garantizado sólo por la economía, las posesiones o las riquezas. Todo eso tiene su sentido cuando se distribuyen equitativamente. Jesús no condena la riqueza ni al rico, sino la acumulación de estas en manos de unos pocos. Entre cristianos esa acumulación desproporcionada es un grave pecado. El tesoro en el cielo se adquiere con la generosidad, la solidaridad, la justicia. Compartir con los empobrecidos es compartir con el mismo Dios. Jesús hizo reflexionar al joven rico, quien cayó en la cuenta sobre en quién había puesto su confianza y comprometido su futuro y felicidad: en acumular dinero. ¿En qué la ponemos nosotros? Jesús le proponía un horizonte nuevo: entrar en el plan de Dios, asumir la libertad de los hijos de Dios, una libertad de espíritu que no se deja comprar por nada, y se encarna en la fraternidad que nos hace a cada cual corresponsables de la felicidad de los otros.
Siempre el mensaje de Dios está por hacer en algún lugar, sigamos anunciándolo, porque su palabra por su poder llega a los demás y a nosotros sin que ni siquiera la reconozcamos. Es tarea de todos. Paz y Bien.